Es una cafetería muy simple, esencial. Entre sus paredes blancas se esparcen un puñado de mesas ante el enorme ventanal, tiene una barra, una tostadora y una única variedad de café, que años atrás conquistó al dueño del lugar, “Charlie” Zavalía. Vale contar cómo, quien prepara los cafés, gestó el local que abrió sus puertas en septiembre de 2017.
Todo empezó como un hobby, con una pequeña tostadora casera con capacidad para 150 gramos y ganas de experimentar: Charlie compraba por correo pequeñas bolsas de granos verdes de diferentes partes del mundo y las tostaba. De todas las variedades que probó, hubo una que le llamó la atención: “Sin saber nada de café, lo sentí como especial”, cuenta sobre un café de Honduras cosechado por la Cooperativa Capucas.
Intentó importar el producto, pero sólo se vendía a establecimientos cafeteros. ¿La solución? Acumuló horas de práctica, miró decenas de videos tutoriales en la web e iba cada fin de semana a una feria donde vendía café hasta que se lanzó: dejó de trabajar en la bolsa de valores y su “pasatiempo” pasó a ser full time.
Entre los espressos se pueden pedir algunas combinaciones poco usuales como: con jugo de pomelo, con tónica, con Cynar y Licuado Z (leche, banana y un espresso).
También sirven filtrados en AeroPress, Prensa Francesa y V60. Fuera de la carta, pero a disposición, hay una pequeña cafetera vietnamita -que parece de juguete- con capacidad para una taza chica.
Una experiencia familiar con ingredientes premiums. ( Y a buen precio!)