El origen del café: Kaldi y sus cabras locas
Como muchas de las cosas que nacen por accidente -en el rubro de los comestibles hay varios ejemplos-, parece que el café también tiene un origen fortuito. La historia es incomprobable y se remonta hasta el siglo IX, pero aunque no esté documentada es la más difundida. Sus ribetes de fábula trascendieron entre varios historiadores del café y aparece en cualquier libro que se proponga reconstruir el desarrollo de esta bebida desde su nacimiento. Precisamente figura desde 1671, en un ensayo del autor Antoine Faustus Nairon, y de ahí en adelante es reproducida en distintas obras sobre el tema.
Cuenta la leyenda que allá por los años 800, en una zona montañosa de África, un pastor de nombre Kaldi paseaba sus cabras por el monte. Como de costumbre dejó que los animales se internen en el bosque, husmeando entre las hierbas, pero de repente algo fuera de lo habitual le llamó la atención. Aquél día las cabras presentaban un comportamiento extraño: una algarabía fuera de lo común las hacía saltar y correr de un lado para otro, enérgicas.
Apreciando esta conducta atípica en su rebaño, Kaldi se acercó y descubrió que las cabras mordisqueaban unas bayas rojas, brillantes, de un arbusto con flores aromáticas. Estos extraños frutos le llamaron la atención y no dudó en compartir el hallazgo con los hombres de su época: llevó un puñado hasta un monasterio cercano para que las prueben los monjes.
Convidados a degustar estas bayas desconocidas, los religiosos accedieron al convite pero les parecieron desagradables, y no tuvieron mejor idea para deshacerse de ellas que arrojarlas al fuego. Ese gesto despreciable, sin embargo, fue fundacional: los frutos comenzaron a tostarse y rápidamente despidieron un aroma muy seductor que cautivó a esos hombres de la Edad Media. Así es que recogieron finalmente esos granos tostados y los disolvieron en agua, dando lugar así a la primera taza de café.
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